Cómo un espanto del día, vagué en círculos por la manzana de aquel pequeño pueblo de Valencia. La noche parecía tan lejana; pero a la vez aparentaba estar a la vuelta de la esquina. Las hojas, ya secas, caían de los árboles lentamente dejando a su paso el poco de vida que les quedaba. Mirarlas era mi único consuelo. El vaivén que el viento les daba antes de posarse sobre el suelo era hipnótico. Podía pasar horas contemplando ese iluso movimiento.
La larga caminata me terminó por dejar en un pequeño bar a las afueras de la ciudad, los años no eran lo único que pasaba allí. Aunque algo vieja, me senté en la primera silla que encontré. Estaba cerca del televisor, aunque no le dí mucha importancia (le había perdido el gusto a la "caja boba" por razones personales). Pedí un café y escribí un poco sobre mi viaje en la libreta que suelo llevar encima. Aunque un poco desgastada por los años, ésta libreta es como mi bitácora. Sería como eso que querría heredarles a mis nietos sólo para hacerme el interesante en unos cuantos años. Claro que si me preguntan, exageraría mucho de lo que pasó. De por sí, mi memoria no es muy buena; pero la facilidad que tengo con las historias es, me permito decir, envidiable.
Recorrí un poco con la mirada a mi viejo amigo en busca de algún síntoma de nostalgia y, para mi mala fortuna, lo encontré. Allí estaba su foto... Ella que era como... Sinceramente no puedo encontrarle parecido alguno. Ella era simplemente perfecta. Sus ojos, cálidos como ningunos. Su sonrisa... ¿Qué no decir de su sonrisa? Es el día de hoy que con verla, en esta vieja foto, podría volver a caer a sus pies una y otra vez. En ninguno de todos mis viajes encontré a mujer más divina que ella. Lo tenía todo. Claro, sé que dije que soy un buen historiador; pero les puedo jurar que ella era todo eso y mucho más. Las sonrisas que me ha sacado esta mujer, no tienen par. Quisiera volver a verla.